Parreno es un artista electrónico que construye ecosistemas expositivos. Su trabajo excede lo visual; es una coreografía de señales, una orquestación de vibraciones físicas que convierten el espacio de exhibición en la emulación de un organismo vivo. El museo se aleja del contenedor exhibitivo de objetos sagrados para ser configurado como un campo de retransmisión de signos, como una membrana sonoro-visual que transmite el afuera: no solo datos, sino vahos, soplos capturados por receptores que los diseminan en voces interferidas, en un broadcasting que orquesta ecos y resonancias múltiples. Una malla de intercambios vocales, un clima que se enuncia.
Su reciente muestra Voices (Haus der Kunst, Múnich) se pregunta qué significa habitar un mundo —una Tierra— donde la data detenta un aura. Aquí, el paisaje no es estático, sino un flujo de información que se traduce en sonidos, luces y voces. Las paredes del museo funcionan como membranas que filtran los datos del afuera, convirtiendo señales climáticas —frecuencias imperceptibles y algoritmos informáticos— en una sinfonía de lo intangible. El entorno se despliega como un código en tiempo real, un lenguaje que se modula según la humedad, la temperatura, la velocidad del viento, niveles de polución y de ruido, que pasa dinámicamente por un sistema de receptores móviles. Pero no estamos ante una mera ambientación. No hay imágenes fijas, sino inflexiones; no hay espacios, sino espaciaciones.
Lo humano y lo maquínico se confunden, se mezclan, se deslimitan. Parreno no recrea la naturaleza; la emula mediante dispositivos que capturan, procesan y transfieren información, haciendo sensibles los meteoros en los circuitos. Las bombillas se mueven a un ritmo algorítmico, los cables transmiten con electricidad narrativa. Las voces que escuchamos no son representación ni traducción, no son sintéticas ni analíticas. Son expresiones en tiempo real de un paisaje digital difuso, sostenido por fragmentos de seres de carbono. Hay un habla diseminada, un aire que se atora en los receptores y emerge como voz fracturada.
En el centro de su propuesta, está la voz como emulación. Parreno descompone el habla en frecuencias, la convierte en un producto de máquinas que calculan cómo sonar “vivas”. Estas voces no comunican; reverberan, se multiplican, chocan entre antenas y altavoces como ecos de una conciencia artificial, en medio de la automatización de signos y objetos. Cuando el lenguaje es un protocolo más, un dato que se almacena y se manipula, la escucha se aleja de la glosa. Pero cuando la escucha emana de los cuerpos, quizás sugiere la reiteración de las cosas vivas, la persistencia de un resto de lo humano.
Aparece también el dummy, figura coreográfica que irrumpe con sus gestos y voces maquínicas, en medio de la audiencia. Es el receptor clandestino que intercepta las señales y, por un momento, las devuelve al territorio de los alientos vocales buscando inervarse en un sujeto vivo. Parreno juega con la necesidad de proyectar humanidad en las máquinas —incluso de componer “humanoides maquínicos”—, pero también expone el vacío detrás de esa proyección: las ánimas de su obra no habitan cuerpos, sino redes informáticas y voces artificiales. Así, captura el pulso de un broadcasting en el que cada gesto, cada huella captada, es una señal que se disemina (y casi siempre se pierde) en el ruido.
¿Son los influencers unos dummies de Parreno? Criaturas que performan humanidad mientras obedecen a algoritmos, que hablan con nuestra voz pero no desde nuestra experiencia. Su obra, como un espejo distorsionado, amplifica hasta volver tangible un espacio donde las identidades se diluyen en frecuencias y las presencias son fantasmas de datos. En su vocabulario, no hay respuestas, pero sí un lenguaje para nombrar el malestar de lo digital. Sus ejercicios son rituales contemporáneos en los que las máquinas invocan lo que ya no está (o quizá nunca estuvo): la ilusión de conexión, la nostalgia de un cuerpo vivo en un mundo conectado de señales. En Múnich, el museo se vuelve un medium, un lugar donde, por un momento, creemos escuchar al clima, la transducción en una voz —de apariencia humana— que nos hace creer que aún hay alguien al otro lado de la pantalla.