Viernes, 12 Diciembre 2025

Cecily Brown: en la cornisa entre abstracción, erotismo y figuración

Especular sobre su figura femenina y renovadora que desquicia una escena dominada por hombres, permite expandirla en la geografía y la periferia de la historia del arte. 
Por Fernando García Miércoles, 10 de Diciembre 2025

 

Por alguna razón la obra más vista de Cecily Brown (Londres, 1969) en internet resulta ser The Pyjama Game, un revoltijo hecho de óleo sobre lienzo, suerte de lasciva procesión de sonámbulos que no se sabe si buscan la cama para salir de la vigilia o entreverarse en un rito orgiástico. Pintada en 1997, la obra icónica de Brown, con base en Nueva York y parte de la escudería Gagosian, opera sobre un extraño espejismo anacrónico y descentrado. La celebración de la exposición Otra Figuración (galería Peuser, 1961) en la galería Vermeer en 2025 trajo de regreso el misterio de Carolina Muchnik, pintora cuya rauda partida dejó al grupo Nueva Figuración como el transitado cuarteto Noé-Deira-De la Vega-Macció (los Beatles de la pintura argentina que le dicen). Y escribir sobre Brown, observar en particular su Pyjama Game, habilita imaginar cómo hubiera sido la obra de la chica original de la Nueva Figuración porteña si su rastro no se hubiera esfumado en el huracán de los 60. 

A Brown le gustaría esto. Además de ser considerada una renovadora de la abstracción y de la técnica, a partir de un trabajo de superposición matérica desbordante, tiene un punto en la revisión de la asociación entre masculinidad y expresión. Ya fuera tomando cuestiones de la cultura clásica como de la música pop. Especular sobre ella como una figura femenina que viaja al pasado para desquiciar una escena de hombres (desde Pollock a Macció) es solo expandirla en la geografía y la periferia de la historia del arte porque es eso lo que ella hace como artista. La retrospectiva mid career Themes and variations que le dedicó el Dallas Museum en 2025 puso el enfásis en eso: un ajuste de cuentas con el lugar de las mujeres en escuelas o movimientos donde quedaron postergadas. Junto a pinturas de gran formato de las cuales parecen salir llamas (Brown es, de veras, un fuego) el texto de sala explicaba: “(…) Esta exposición explora la singular perspectiva de Brown como pintora comprometida con los temas del erotismo y la mirada voyerista. Su obra desafía los valores patriarcales de la historia del arte y cuenta una historia radicalmente distinta, en la que las mujeres son plenamente reconocidas como autoras y sujetos (…)”. Entonces, pues, Brown llegó también para pintar por otras que no pudieron o que lo hicieron y quedaron tapadas.

 

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The Pyjama Game, 1997-98, de Cecily Brown.

 

Así, está claro que Brown desconoce todo sobre el expediente Muchnik y acaso tenga vagas referencias de algo llamado “arte argentino”. Sin embargo, acaso informada por las mismas fuentes (Bacon, el grupo Cobra, De Kooning), Brown también buscó atravesar la cornisa entre la figura y la mancha abstracta y en los laberintos frenéticos de sus pinceladas aparece extrañada fuera de tiempo y lugar. No es ni la primera ni la última artista contemporánea que insiste con este gesto de principios de los 60, pero lo peculiar es que ella, sobre todo su Pyjama Game, tienen demasiado en común con los arcángeles de la neofiguración argentina. Terreno fértil para la ucronía y la crítica de arte especulativa. Es cierto que tanto Yuyo como De la Vega fueron atravesados por el rayo NY antes de que Brown naciera y mucho antes de que se estableciera en Manhattan. Pero aun cuando aquello que los argentinos (sobre todo De la Vega) pintaron en suelo norteamericano resultara invisible, quizás algo se quedó a vivir en la atmósfera o, como en Mil gotas de Aira, las microgotas de óleo se evaporaron de esos cuadros argentinos expatriados para reagruparse de forma misteriosa en la obra de Cecily Brown. Ahora toca desmontar el eje centro-margen: ¿Por qué no se puede pensar que una artista inglesa establecida en Mahattan en los 90 pinte como artistas argentinos de los 60 aun siendo radical en su contemporaneidad?

Pyjama Game fue un musical de Doris Day, la Violeta Rivas de Hollywood (el mundo entendido desde el sur como en el clásico mapa de Torres García), antes que una serie de pinturas de Brown donde la sacarina rimaba con cocaína. Una de ellas, la que se describe al comienzo de este texto, se subastó en Christie’s por un millón seiscientos mil dólares. Lo más cerca que la Nueva Figuración estuvo de este precio fue en arteba cuando una pieza del período pop de De la Vega cruzó la barrera del millón. Al fin, Brown viene a vengar a la olvidada mujer (¿la Doris Day?) de Otra Figuración, Peuser, 1961. ¿Difícil de creer? En el ensayo del catálogo de Christie’s parece cifrarse la respuesta. 

Dice: “Con una interpretación descaradamente erótica de la exploración entre la abstracción y la figuración, Brown devora el poder y la energía sexual típicamente asociados con el expresionismo abstracto dominado por los hombres y los exagera en un ámbito pictórico distintivamente femenino. En lugar de las composiciones falocéntricas favorecidas por algunos de sus héroes masculinos (sobre todo las de De Kooning), los lienzos de Brown vibran, se expanden y brillan con una sexualidad distintivamente femenina”. 

Brown pintó, entonces, también, para hacerle justicia a tantas otras pintoras, ocultas tras las sombras de esos pintores gestuales que vomitaron fantasmas entre el expresionismo abstracto y el informalismo. Como si fuera poco su fuerza no es discursiva sino que se apropia del gesto macho (¿Macció?) para abrirnos los ojos a pura pintura. 

 

 

 

 

 

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