El fotomontaje de artistas de los 90 no registra una época, sino que construye un mundo. No es un encadenamiento de fotos, es un acto performativo que instituye una existencia donde antes no la había.
Más allá del evidente espíritu lúdico y surrealista, se observa una notable impronta formal en la escultura del dandy entrerriano, y la preocupación intrínseca del artista por la geometría y el espacio.
Figura clave de Tucumán Arde, el artista santafecino llevó su búsqueda estética al límite en 1967, en una obra en la que coinciden geometría abstracta, juegos perceptivos y resonancias políticas.
La mezcla de grabado y pintura sobre cuero de vaca impone una iconografía heterogénea, en la que la simbología nacional y americana es tergiversada y desgarrada.
La pintura no posee una protagonista, sino dos: la mujer y la línea, en una síntesis que salta la grieta estética. El cuerpo pierde relevancia en favor del predominio cromático de las formas.
La naturaleza muerta de 1978 remite a ese espacio mítico de la escena porteña y por extensión de la Argentina. El artista hijo de una época que supo volverse intemporal.